Finalmente, el propio lenguaje confiesa sus límites. Si el Dao “se confunde con el polvo”, también se oculta a los conceptos; por eso el libro abre: “El Dao que puede ser dicho no es el Dao constante” (Daodejing, cap. 1). Las imágenes —agua, polvo, vacío— son dedos que señalan, no la luna.
Esta pedagogía paradójica produce un efecto práctico: nos despega de certezas rígidas y nos entrena a percibir matices. Así cerramos el círculo: el vacío que no se colma nos enseña a dejar espacio, fuera y dentro, para que la vida ocurra. [...]