Para llevar esta máxima a la vida diaria, conviene un hilo conductor. Primero, formula un propósito en una frase verificable. Después, tradúcelo en “si X, entonces Y” concretos (por ejemplo: si abro el portátil, redacto tres líneas). Luego, consagra un ritual breve de enfoque (respiración, revisión de objetivo) y practica de forma deliberada con retroalimentación (Ericsson et al., 1993).
Finalmente, cierra el ciclo con una revisión semanal: ¿qué iluminó la mente y qué siguieron las manos? Al mantener viva la luz, la destreza no tarda en llegar. [...]