Finalmente, incitar es sólo el comienzo; la continuidad requiere estructura. Etienne Wenger, en Communities of Practice (1998), muestra que los aprendizajes perduran cuando hay rituales, roles y repertorios compartidos. Después de la chispa, hacen falta ciclos breves de proyecto, retroalimentación formativa y espacios de reflexión para consolidar avances. Así, el “motín” se vuelve un hábito: una cultura que normaliza preguntar, contrastar evidencias y construir con otros. En ese tránsito de la euforia a la disciplina, el legado de Lorde permanece: el aprendizaje como fuerza que se convoca, se cuida y se vuelve común. [...]