Finalmente, la tradición agustiniana sugiere hábitos simples y exigentes: clarificar el fin último antes de sopesar medios; realizar un examen de conciencia diario para depurar intenciones; leer y meditar lentamente textos fundantes (lectio), dejando que la verdad reordene afectos; escribir razones a favor y en contra de una decisión, y contrastarlas con alguien prudente; fijar un plazo para decidir y otro para revisar con humildad. La Regla de San Agustín impulsa además la deliberación comunitaria: la claridad compartida fortalece la firmeza y protege de sesgos individuales. [...]