Aplicar el principio exige reescritura. Sustituye declaraciones por gestos verificables. En vez de “estaba triste”, prueba: “apoyó la frente en el vidrio; dejó que el vaho borrara la calle”. En lugar de “la casa era peligrosa”: “crujió la escalera y un clavo asomó, oxidado, con polvo en la cabeza”. Y por “hacía frío”: “el aliento salía en nubes breves y la llave quemaba de metal helado”. Al encadenar signos concretos, el sentido emerge solo. En suma, como pedía Chéjov, no nos digas que la luna brilla: déjanos ver, en su reflejo, la historia que empieza a romperse. [...]