En último término, compartir el esfuerzo es una ética. Prácticas comunitarias como la minga andina o el tequio oaxaqueño muestran que el trabajo mancomunado no solo construye infraestructura; forja pertenencia y memoria. Gibran nos recuerda que el valor se ensancha cuando se dona, y que la posibilidad florece cuando se arriesga en común. Si asumimos ese pacto —dar, recibir y cuidar lo que creamos— el esfuerzo personal se vuelve legado: algo que, al compartirse, no se reduce, sino que crece con cada nueva mano. [...]