Por último, moverse hacia el propio corazón no es huir del mundo, sino encontrar cómo servirlo. Viktor Frankl, en El hombre en busca de sentido (1946), muestra que el significado florece cuando nuestra vida trasciende la autoabsorción. Rilke, a su modo, buscó que la obra naciera de una fidelidad íntima para, luego, ofrecerla como hospitalidad al lector.
Así, el círculo se cierra: la dirección interior se confirma en el bien que produce afuera. En consecuencia, los “pasos persistentes” no sólo consolidan una identidad, también crean un cauce para otros. Seguir el corazón, entonces, es aprender a convertir deseo en don. [...]