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La eternidad como suma de presentes vividos

Creado el: 10 de agosto de 2025

La eternidad está compuesta de ahoras. — Emily Dickinson
La eternidad está compuesta de ahoras. — Emily Dickinson

La eternidad está compuesta de ahoras. — Emily Dickinson

El ladrillo mínimo del tiempo

Dickinson condensa una intuición poderosa: la eternidad no es un horizonte lejano, sino la repetición incesante del ahora. Si pensamos el tiempo como una arquitectura, el instante sería su ladrillo mínimo, el único lugar donde la vida efectivamente sucede. Futuro y pasado se piensan, pero sólo el presente se habita. Así, la frase desplaza nuestra mirada de lo grandioso y abstracto a lo cercano y operativo: cómo atendemos, decidimos y amamos en este preciso momento. Con ese giro, la escritora traza un puente hacia viejas preguntas filosóficas que siguen latiendo. ¿Qué es, en rigor, el presente? ¿Qué papel juega en nuestra percepción y en la construcción de sentido? A partir de aquí, los ecos de la tradición ofrecen pistas fértiles.

Ecos filosóficos del presente

Agustín de Hipona, en las Confesiones XI (c. 400), habla de un ‘presente del pasado’ (memoria), un ‘presente del futuro’ (expectativa) y un ‘presente del presente’ (atención), señalando que todo ocurre en la mente como presente. Los estoicos, con Marco Aurelio en sus Meditaciones, exhortan a confinarse al ahora como acto de libertad interior. Más tarde, William James describe el ‘presente aparente’ (1890), esa duración breve que la conciencia integra como un solo instante. Estas voces convergen con la intuición de Dickinson: el presente es el escenario donde el tiempo se vuelve experiencia. Desde aquí, la literatura ensaya imágenes concretas de ese absoluto diminuto que, sin embargo, lo contiene todo.

La literatura y el instante absoluto

En su poema Because I could not stop for Death (publicado póstumamente en 1890), Dickinson sugiere que ‘siglos’ pueden sentirse más cortos que un día vivido intensamente; el ahora se expande y encoge según la conciencia que lo sostiene. Borges lleva esta idea al extremo en El Aleph (1945): un punto minúsculo en el que caben todos los puntos del universo, metáfora de un presente que concentra totalidad. A su modo, Proust (En busca del tiempo perdido, 1913) muestra cómo una magdalena reconquista la eternidad de la memoria en un sorbo. Así, la literatura confirma que el instante no es pequeño: es denso. A continuación, la ciencia complica y enriquece esta intuición con sus propias tensiones.

Física del tiempo y sus tensiones

La relatividad especial (Einstein, 1905) disuelve la idea de un ‘ahora’ universal: la simultaneidad depende del observador, y el cosmos parece un bloque tetradimensional (Minkowski, 1908) donde pasado y futuro coexisten. Carlo Rovelli, en El orden del tiempo (2018), sugiere que el tiempo emerge de relaciones físicas y de la información disponible; no hay un reloj cósmico único, sino ritmos locales. Lejos de invalidar a Dickinson, esto resitúa su verdad: para cada observador, el ahora es la interfaz efectiva con el mundo. La eternidad, entonces, puede entenderse menos como infinito cronológico y más como plenitud fenomenológica del instante. De ahí el salto natural hacia la psicología de la atención.

Atención, flujo y bienestar

Mihály Csikszentmihalyi describió el ‘flujo’ (1990): una absorción total en la tarea donde el tiempo subjetivo se altera y el presente brilla. En la vida cotidiana, Killingsworth y Gilbert (Science, 2010) encontraron que una mente divagante suele ser menos feliz; enfocar la atención en el ahora correlaciona con mayor bienestar. Programas como el MBSR de Jon Kabat-Zinn (1990) traducen esta intuición en prácticas de mindfulness con beneficios medibles. De este modo, la experiencia confirma la tesis poética: cuando la atención se asienta, el ahora se vuelve habitable y fértil. Resta, entonces, preguntarnos cómo convertir esa lucidez en estructura de vida.

Microdecisiones, hábitos y sentido

Cada hábito es un modo de votar, instante a instante, por la persona que queremos ser (James Clear, 2018). Lo que repetimos en los ahoras se acumula como carácter, del mismo modo que el interés compuesto transforma pequeñas cantidades en capital. Ya lo advertía Séneca en De brevitate vitae (c. 49 d. C.): no es corta la vida, la acortamos al dispersarla. Por eso, el sentido no se alcanza de golpe, sino se cultiva en microdecisiones alineadas con valores: atender a quien tenemos delante, cuidar el cuerpo, apagar la pantalla, decir la verdad. Así, la eternidad que habitamos no es un después nebuloso, sino la secuencia de presentes que elegimos vivir con intención.