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Silencio que apunta, voz que libera

Creado el: 23 de agosto de 2025

Deja que el silencio afine tu puntería, y luego libera tu voz. — Kahlil Gibran
Deja que el silencio afine tu puntería, y luego libera tu voz. — Kahlil Gibran

Deja que el silencio afine tu puntería, y luego libera tu voz. — Kahlil Gibran

Paradoja fértil del callar y decir

Desde el primer trazo, la sentencia de Gibran propone una coreografía entre recogimiento y expresión: primero escuchar para apuntar, después hablar para soltar. La imagen del arco es coherente con su propia obra; en El profeta (1923), en la sección Sobre el hablar, sugiere que uno habla cuando deja de estar en paz con sus pensamientos. Ese desasosiego sólo es fecundo si ha sido cribado por el silencio. Así, el silencio no es ausencia, sino taller de puntería. En él calibramos intención, dirección y fuerza. Y cuando la cuerda por fin se suelta, la voz ya no vaga: atraviesa con sentido.

Afinar la puntería interior

Hilar la puntería exige atención afinada. Las prácticas de atención plena —difundidas por Jon Kabat‑Zinn desde 1979— enseñan a notar el impulso antes de actuar. Del mismo modo, el kyūdō japonés busca que la flecha salga «sola» cuando el cuerpo está alineado; Eugen Herrigel, en Zen en el arte del tiro con arco (1948), describe cómo la diana primero se instala adentro. Con esa puntería interior, el silencio depura ruido y sesgos. Entonces, cuando llega el turno de la palabra, ya sabemos qué decir, para qué y a quién. La precisión nace de haber esperado lo suficiente.

De la pausa a la palabra eficaz

El paso siguiente es la voz. No cualquier voz, sino una que irrumpa con dirección. La retórica clásica ya valoraba la pausa estratégica; Cicerón defendía que el silencio adecuado amplifica el argumento. En tiempos recientes, Audre Lorde, en The Transformation of Silence into Language and Action (1977), mostró cómo el callar puede convertirse en lenguaje que protege la vida. De ahí que hablar no sea lo contrario de callar, sino su consecuencia. La pausa concentra energía; la palabra la libera en el punto justo, como un disparo medido y responsable.

El poder del vacío en el arte

El arte confirma esta dinámica. En música, los silencios hacen respirable la melodía: el motivo inicial de la Quinta de Beethoven destaca porque la pausa crea expectativa. Miles Davis bromeaba que lo importante son las notas que no se tocan; el hueco dirige el oído. En pintura, el espacio negativo guía la mirada. Gibran, también dibujante, dejó figuras donde la economía de trazo sugiere más de lo que describe. Así, cuando cultivamos el vacío, no empobrecemos el mensaje: lo afinamos. La forma hace visible la intención que el silencio ya había templado.

Ética y precisión al hablar

Con la puntería ajustada surge la responsabilidad. En El profeta, Gibran advierte que «de vuestras palabras haréis una bebida» que otros han de tomar. La ética de la comunicación propone entonces tres filtros: verdad, necesidad y bondad. La Comunicación No Violenta de Marshall Rosenberg (1999) traduce esa ética en observar sin juicio, nombrar necesidades y pedir con claridad. Por eso, el silencio previo no es miedo, es cuidado. Nos permite retirar lo superfluo, reconocer al otro y pronunciar lo indispensable con respeto y firmeza.

Rituales breves para cultivar el silencio

Cultivar ese ciclo cabe en gestos mínimos. Antes de responder, probar tres respiraciones lentas; el cuerpo baja la guardia y el lenguaje se vuelve más limpio. Escribir una línea de intención —«qué quiero cuidar aquí»— prepara la mira. Y practicar el “delay” deliberado en lo digital, contestando una hora después, enfría impulsos y mejora la puntería. Luego, al hablar, usar frases cortas, verbos activos y pausas visibles. La flecha no necesita adornos cuando el arco está bien tensado.

Un ciclo que sostiene la valentía

Finalmente, silencio y voz forman un pulso que sostiene la valentía. Como recordó Lorde, no hablar no nos salvará; pero hablar sin haber escuchado puede herir. El punto medio es un ritmo: escuchar hasta alinear, decir para construir, volver a escuchar. Así, cumplimos la invitación de Gibran: dejamos que el silencio afine, y liberamos una voz que no sólo alcanza la diana, sino que también cuida a quienes están alrededor del blanco.