Cuando la curiosidad se vuelve acción y camino
Creado el: 16 de septiembre de 2025

Convierte la curiosidad en pequeños actos y observa cómo se multiplican las posibilidades. — Haruki Murakami
Del asombro a la rutina
La sentencia de Murakami sugiere que la curiosidad, si no se encarna en gestos concretos, se evapora como un impulso estético. Convertida en actos mínimos y repetibles, en cambio, abre senderos que antes no veíamos, como si cada paso creara un nuevo ángulo de visión. Así, pasamos del asombro al método: pequeñas preguntas conducen a pequeñas pruebas, y estas, a resultados que invitan a la siguiente iteración. Aristóteles ya insinuaba la raíz de este movimiento al afirmar que todos deseamos saber por naturaleza (Aristóteles, Metafísica I). Hoy, al unir deseo de saber con acciones accesibles, evitamos la parálisis por ambición y nos movemos. A partir de ahí, las posibilidades se multiplican no por un golpe de suerte, sino por un proceso acumulativo que convierte la curiosidad en hábito creativo.
El poder de los micro-hábitos
La ciencia del comportamiento respalda este puente entre curiosidad y acción. Los micro-hábitos reducen la fricción inicial, activan recompensas rápidas y consolidan circuitos de repetición que sostienen el cambio (Duhigg, The Power of Habit, 2012; Fogg, Tiny Habits, 2019). Cuando una pregunta se traduce en un gesto de 30 segundos —anotar una hipótesis, probar un atajo, enviar una consulta—, el cerebro aprende que explorar no duele: incluso placer y logro se asocian a la investigación. Este bucle de señal, rutina y recompensa crea tracción. En la misma línea, la noción de mejora marginal muestra cómo ajustes del 1% se combinan como intereses compuestos para producir avances desproporcionados con el tiempo (Clear, Atomic Habits, 2018). Así, la curiosidad deja de ser chispa intermitente y se convierte en motor sostenido.
Kaizen: curiosidad con pasos mínimos
Desde la gestión japonesa, el kaizen propone mejorar de forma continua con pasos minúsculos pero constantes (Imai, Kaizen, 1986). Esta práctica traduce el impulso curioso en ciclos cortos: observar, proponer, probar, aprender. Por eso encaja con la intuición de Murakami: no se trata de grandes gestos, sino de gestos repetidos que afinan la mirada. Además, el enfoque reduce el miedo al error porque cada intento es barato y reversible. Con ese marco cultural, las posibilidades se multiplican no como expansión caótica, sino como abanico ordenado de opciones emergentes. Y, al igual que en un taller que ajusta tornillos cada día, las preguntas pequeñas revelan defectos ocultos, oportunidades latentes y rutas que solo aparecen al movernos un poco.
Murakami: escribir, correr y sumar días
El propio Murakami ejemplifica este principio. Relata que decidió escribir tras un partido de béisbol y comenzó con sesiones cortas, nocturnas, mientras atendía su bar de jazz; esa constancia culminó en su primera novela, Hear the Wind Sing (1979) (Murakami, De qué hablo cuando hablo de escribir, 2015). Años después, trasladó la misma lógica a su vida física: correr cada día, aunque fuera poco, construyó la resistencia que narra en De qué hablo cuando hablo de correr (2007). En ambos casos, la curiosidad por ver qué pasaba si insistía mañana produjo una expansión de posibilidades creativas y vitales. Así, de acto en acto, su horizonte se ensanchó: más páginas, más kilómetros, más combinaciones narrativas.
Innovación nacida de preguntas pequeñas
La historia de la invención confirma que los ensayos mínimos abren puertas grandes. Los Post-it surgieron de una cola fallida reutilizada con ingenio en pruebas simples de marcadores de himnario (Spencer Silver y Art Fry, 1968–1974). Richard Feynman, impulsado por curiosidad cotidiana, aprendió a abrir cerraduras y a reparar radios para entender sistemas desde dentro; esa actitud experimental impregna sus anécdotas (Feynman, Surely You are Joking, 1985). Incluso los cuadernos de Faraday muestran cómo microexperimentos, anotados con rigor, desembocaron en conceptualizaciones mayores sobre el electromagnetismo. De este modo, la curiosidad, al aterrizar en actos manejables, crea bifurcaciones: cada intento ofrece nueva información que orienta el siguiente y, con ello, multiplica los caminos accesibles.
Cómo empezar hoy, sin esfuerzo heroico
Para enlazar curiosidad y acción, comience por fijar escenarios de baja fricción: una pregunta al día, un experimento de cinco minutos, una nota en un cuaderno que nunca se cierra. Luego, encadene los actos a rutinas ya existentes para asegurar continuidad, como pegar una microtarea al café de la mañana (Fogg, 2019). Finalmente, celebre el avance mínimo para reforzar el bucle de recompensa. Con estas transiciones deliberadas, lo posible deja de ser abstracto y se convierte en una serie de opciones concretas que se ramifican. Así, la frase de Murakami se vuelve práctica: cada acto pequeño es una semilla; cada semilla, un jardín potencial.