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Deja la pared: busca la puerta real

Creado el: 20 de septiembre de 2025

No pierdas el tiempo golpeando una pared, con la esperanza de convertirla en una puerta. — Coco Chan
No pierdas el tiempo golpeando una pared, con la esperanza de convertirla en una puerta. — Coco Chanel

No pierdas el tiempo golpeando una pared, con la esperanza de convertirla en una puerta. — Coco Chanel

Del empeño al discernimiento

La sentencia de Chanel nos previene contra la insistencia improductiva: golpear una pared esperando que se vuelva puerta es confundir esfuerzo con progreso. El gesto parece activo, pero en realidad inmoviliza. El paso decisivo no es redoblar la fuerza, sino distinguir entre obstáculos maleables y límites estructurales. Sobre esa base, la invitación es estratégica: cambiar de ángulo, de herramienta o, llegado el caso, de camino. La energía que se estanca ante la pared puede convertirse en curiosidad por el pasillo contiguo. Así, la determinación no desaparece; se refina y aprende a elegir batallas donde la fricción se transforma en avance.

La lección biográfica de Chanel

Chanel misma practicó esa lucidez. Comenzó con sombreros y, ante la escasez de tejidos nobles en la Primera Guerra Mundial, elevó el jersey —entonces asociado a ropa masculina y utilitaria— a emblema de elegancia funcional (c. 1916). La pared era el corsé y la ornamentación pesada; la puerta, la libertad de movimiento. Más tarde, cerró su casa en 1939 y reabrió en 1954, cuando su estilo parecía pasado. Persistió, sí, pero cambiando el contexto: el traje de tweed y la cadena funcional devolvieron vigencia a su visión. Incluso Chanel N.º 5 (1921), creado con Ernest Beaux, mostró cómo una mezcla audaz podía abrir un mercado nuevo. No fue testarudez ciega, sino pivote calculado.

El costo de oportunidad del tiempo

Cada golpe contra la pared consume el recurso más escaso: tiempo. Gary Becker, en A Theory of the Allocation of Time (1965), formalizó cómo distribuimos horas entre actividades que compiten por nuestra atención. Insistir donde no hay puerta genera costos de oportunidad invisibles: aprendizajes no tomados, contactos no hechos, opciones no exploradas. Por ello, la prudencia no consiste en rendirse, sino en reasignar. Elegimos proyectos con mejor retorno esperado, aun si debemos abandonar inversiones previas de esfuerzo o prestigio. El criterio es frío pero liberador: que el futuro gobierne las decisiones, no el pasado.

La trampa del costo hundido

La psicología explica por qué seguimos golpeando. Arkes y Blumer (1985) describieron el efecto del costo hundido: cuanto más invertimos, más difícil resulta retirarnos, aunque las perspectivas empeoren. La emoción liga identidad y sacrificio, y la pared adquiere un aura de misión personal. Para contrarrestarlo, ayudan reglas previas: métricas de éxito claras, límites de presupuesto y fechas de revisión que permitan detenerse sin culpas. También sirve externalizar la evaluación —mentores o pares— y formular la pregunta decisiva: “Si empezara hoy, ¿elegiría este camino?”. Si la respuesta es no, la puerta está en otra parte.

Innovación: abrir puertas donde sí las hay

Las metodologías contemporáneas recomiendan explorar antes que insistir. El design thinking promueve prototipos rápidos y empatía con usuarios (Brown, Change by Design, 2009); Lean Startup propone experimentar y pivotar según evidencia (Ries, 2011). En ambos casos, se mapea el muro y se buscan huecos reales. Las industrias lo han aprendido con dolor. Kodak inventó la cámara digital en 1975, pero su modelo dependía del filme; al aferrarse al muro de su negocio principal, otros cruzaron la puerta (Christensen, The Innovator’s Dilemma, 1997). La lección es nítida: donde no hay bisagras, no habrá paso; hay que rediseñar el recorrido.

Resiliencia inteligente, no terquedad

Perseverar sigue siendo virtud, pero orientada. Angela Duckworth, en Grit (2016), muestra que la constancia efectiva combina pasión con ajuste táctico. La meta superior se mantiene; las rutas cambian. Así, abandonar un método ineficaz no traiciona el propósito: lo protege. En la práctica, conviene alternar periodos de ejecución con pausas de diagnóstico, practicar pequeñas apuestas reversibles y definir umbrales de salida. De ese modo, la fuerza deja de ser choque contra ladrillo y se convierte en palanca. Tal como sugiere Chanel, el tiempo no se gasta en la pared: se invierte en hallar —o construir— la puerta adecuada.