Cuando todo es posible: infancia, asombro y libertad
Cualquier cosa puede suceder, niño. Cualquier cosa puede ser. — Shel Silverstein
Una promesa de posibilidades
El verso de Shel Silverstein —“Cualquier cosa puede suceder, niño. Cualquier cosa puede ser”— funciona como un conjuro contra la estrechez de lo posible. Procede del poema “Listen to the Mustn’ts”, incluido en “Where the Sidewalk Ends” (1974), donde el autor enfrenta los “no debes” con la fuerza fértil de la imaginación. Así, el mensaje no es ingenuidad, sino una invitación a mirar el mundo como un campo abierto a la sorpresa. A partir de esta promesa, la frase propone un cambio de postura: del miedo a la curiosidad, de la obediencia ciega a la exploración responsable. Esa transición prepara el terreno para entender cómo la mente infantil convierte el asombro en aprendizaje.
Imaginación como motor infantil
La niñez es, por naturaleza, laboratorio de posibles. Vygotsky describió la “zona de desarrollo próximo” como ese margen donde la guía adecuada permite alcanzar lo que aún parece imposible (Vygotsky, c. 1930). En sintonía, Montessori promovió el “seguir al niño”, confiando en su impulso intrínseco por descubrir (Montessori, 1912). Más tarde, Anna Craft llamó a esta disposición “possibility thinking”: el hábito de preguntar “¿y si…?” (Craft, 2002). Conectando con Silverstein, la imaginación no es un lujo decorativo, sino combustible cognitivo. Desde aquí, abrir posibilidades significa habilitar contextos donde la curiosidad transforma la duda en hipótesis y la hipótesis en experiencia.
Desobedecer con criterio
El poema confronta los “no debes”, pero no celebra la temeridad ciega. La psicóloga Carol Dweck mostró que la mentalidad de crecimiento alienta a ver el error como información, no como veredicto (Dweck, 2006). Reconocer que “cualquier cosa puede ser” no implica que todo sea probable; exige calibrar riesgo, aprender por iteraciones y sostener la esperanza con método. Por eso, la desobediencia que propone Silverstein es epistémica: cuestionar límites infundados, ensayar alternativas y ajustar el rumbo. En otras palabras, curiosidad con brújula.
Lo improbable en la historia
Cuando el mundo decía “no”, algunos insistieron en el “puede ser”. Orville y Wilbur Wright realizaron el primer vuelo sostenido en Kitty Hawk (Wright Flyer, 1903), desafiando el escepticismo técnico. Alexander Fleming tropezó con el moho y abrió la era de los antibióticos (Fleming, 1928). Y Vera Rubin, al medir curvas de rotación galáctica, aportó evidencias de la materia oscura contra la intuición dominante (Rubin y Ford, 1970). Estos casos no romantizan el azar: muestran cómo preparación y apertura permiten reconocer el suceso extraordinario cuando asoma. Así enlazamos pasado y futuro: el asombro infantil se convierte en innovación adulta.
Juego, curiosidad y aprendizaje
El juego es el puente práctico entre posibilidad y conocimiento. Jean Piaget describió a los niños como “pequeños científicos” que experimentan con reglas y objetos para construir lo real (Piaget, 1937). Stuart Brown documentó que el juego diverso y libre predice creatividad y resiliencia en la vida adulta (Brown, “Play”, 2009). Consecuentemente, decir “cualquier cosa puede suceder” es legitimar el espacio lúdico: ahí se ejercitan hipótesis, se tolera el error y se entrenan nuevas combinaciones, antes impensables.
Diseñar entornos de posibilidad
Para que la promesa de Silverstein no quede en consigna, se requiere diseño intencional: preguntas abiertas, tiempo sin sobreprogramar, bibliotecas con voces diversas y una cultura que premie la curiosidad informada. Prácticas como el “¿qué pasaría si…?” en clase, las bitácoras de ensayo y una política de error seguro convierten la esperanza en método. En última instancia, la frase se vuelve compromiso: ampliar el horizonte de lo decible y lo pensable para que, cuando lo improbable asome, encuentre mentes preparadas y corazones dispuestos.