Ganar es insistir: la victoria de la perseverancia
Los ganadores no son quienes nunca fracasan, sino quienes nunca se rinden. — Edwin Louis Cole
Éxito como camino, no destino
Para comenzar, la sentencia de Cole reubica el mérito del triunfo: no en la ausencia de tropiezos, sino en la voluntad de seguir avanzando. Entendido así, el éxito deja de ser un evento y se convierte en un proceso iterativo. Esta mirada desplaza la obsesión por el resultado inmediato y premia la constancia, porque reconoce que toda obra significativa atraviesa fases de intento, ajuste y reiteración. Además, esta definición democratiza la victoria: cualquiera puede persistir aunque aún no logre el resultado final. De ese modo, la comparación con los “invencibles” pierde sentido y gana importancia la disciplina cotidiana, los microavances y el aprendizaje continuo. Con este cambio de foco, el siguiente paso es reconsiderar el lugar del fracaso.
El fracaso como maestro operativo
A partir de esta redefinición, el fracaso deja de ser veredicto y se vuelve maestro. En ingeniería y diseño, los prototipos fallidos cartografían límites y oportunidades: James Dyson relata haber construido 5.127 prototipos antes de su aspiradora ciclónica (Against the Odds, 1997). Cada error, entonces, es un dato y no una condena. Incluso en el terreno creativo, Samuel Beckett nos propone una ética de progresión: “Try again. Fail again. Fail better” (Worstward Ho, 1983). Al tratar el fallo como información, las personas reducen el miedo paralizante y aumentan la tasa de aprendizaje. Esta comprensión prepara el terreno para ver cómo la perseverancia se encarna en historias concretas.
Biografías que encarnan la constancia
Siguiendo la pista desde el taller al estadio, la constancia se vuelve visible en biografías archiconocidas. Michael Jordan popularizó un inventario de sus desaciertos —“He fallado más de 9.000 tiros…”— para concluir: “y por eso he tenido éxito” (Nike, “Failure”, 1997). El mensaje no glorifica el error sino la decisión de volver a intentarlo después de cada caída. Del mismo modo, J. K. Rowling contó los rechazos previos a Harry Potter y cómo la perseverancia sostuvo el oficio en épocas de precariedad (Discurso de Harvard, 2008). Estos relatos muestran que el punto de inflexión no fue un golpe de suerte, sino la negativa a rendirse cuando la evidencia parecía contraria. Con esos ejemplos a la vista, la ciencia ayuda a entender por qué funcionan.
Ciencia de la perseverancia
Con estos relatos en mente, la psicología ofrece marcos explicativos. Carol Dweck describe la mentalidad de crecimiento: creer que las habilidades pueden desarrollarse incrementa el esfuerzo sostenido y la resiliencia (Mindset, 2006). Angela Duckworth, por su parte, define la “grit” como pasión y perseverancia a largo plazo, vinculándola con logros en contextos exigentes (Grit, 2016). Asimismo, la teoría de la autodeterminación muestra que la motivación se sostiene cuando sentimos autonomía, competencia y vínculo social (Deci y Ryan, 1985). En conjunto, estas investigaciones sugieren que no rendirse no es testarudez ciega, sino una combinación de propósito, práctica deliberada y apoyo. De la teoría pasamos, por tanto, a las tácticas cotidianas.
Diseñar hábitos para no rendirse
Por último, convertir la idea en práctica exige diseñar la perseverancia. Algunas pautas efectivas: definir métricas de proceso (páginas escritas, ensayos realizados) además de resultados; fragmentar metas en pasos manejables; programar ciclos de revisión con feedback; alternar esfuerzo y recuperación para evitar el agotamiento; y cultivar redes que ofrezcan responsabilidad y ánimo. Como recuerda Nassim Taleb, los sistemas que se benefician del estrés moderado se vuelven “antifrágiles” (Antifragile, 2012). Así, la victoria que propone Cole no es un brillo instantáneo, sino la suma disciplinada de intentos inteligentes. No gana quien nunca cae; gana quien, al caer, aprende, ajusta y vuelve a levantarse.