Propósito en el instante: el poder interior

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Afronta el momento con propósito y encontrarás el don del poder. — Albert Camus

Del aforismo a la acción

Afrontar el momento con propósito sugiere que el poder no es un rasgo fijo, sino un don que se activa cuando elegimos conscientemente cómo responder. Poder, aquí, no significa dominio sobre otros, sino autodominio: la capacidad de orientar la energía hacia lo que importa. Así, el instante deja de ser un accidente y se vuelve una cita con la libertad. Esta lectura convierte cada situación, incluso la adversa, en un espacio para decidir y hacerse responsable. En lugar de esperar a que lleguen condiciones ideales, el propósito funciona como brújula: reduce la dispersión, prioriza lo esencial y, al hacerlo, desbloquea recursos internos que parecían ausentes.

Camus y el absurdo activo

Aunque la frase circula como apócrifa, condensa una intuición camusiana: ante un mundo sin garantías últimas, el poder nace de asumir el presente con lucidez. En El mito de Sísifo (1942), Camus propone una rebelión íntima que no huye del absurdo, sino que lo enfrenta trabajando con dignidad. Del mismo modo, el doctor Rieux en La peste (1947) encarna el propósito al optar por el cuidado cotidiano frente a la peste, sin promesas de triunfo, pero con la fuerza de la acción justa. Y en El hombre rebelde (1951), la revuelta es una forma de decir sí a la justicia aquí y ahora. En todos estos casos, el propósito no elimina el absurdo; lo transfigura en una tarea concreta.

El poder como agencia y sentido

A su vez, la psicología sugiere que el sentimiento de poder emerge cuando percibimos que nuestras acciones influyen en los resultados. La autoeficacia de Bandura (1977) describe cómo creer que podemos incide directamente en lo que finalmente podemos. La teoría de la autodeterminación de Deci y Ryan (2000) añade que el sentido elegido, no impuesto, alimenta la motivación sostenida. Además, estudios sobre propósito vital reportan mayor persistencia y regulación emocional (p. ej., Hill y Turiano, 2014). Visto así, el propósito no es un adorno moral, sino un motor práctico: organiza la atención, consolida hábitos y convierte la intención en tracción. La sensación de poder, por tanto, es la huella subjetiva de una estructura interna que ya está actuando.

El momento presente como palanca

Si el propósito aporta dirección, la atención proporciona palanca. William James, en Principles of Psychology (1890), sostuvo que la experiencia depende de lo que atendemos; por eso, elegir el foco es elegir el mundo. La investigación sobre flujo de Csikszentmihalyi (1990) muestra que la inmersión en tareas con desafío ajustado intensifica el sentido de control. Un propósito claro permite esa sintonía: reduce el ruido mental y crea condiciones para entrar en ritmo. En consecuencia, afrontar el momento no significa obsesionarse con el ahora, sino conversar con él: escucharlo, delimitarlo y responder con una acción proporcionada. De esa conversación nace un poder sobrio, que no grita pero mueve.

Ejemplos que ilustran el don

Estas ideas cobran vida en historias concretas. El doctor Rieux, en La peste (1947), halla poder en la tarea modesta de curar, aun sin garantía de victoria. Viktor Frankl, en El hombre en busca de sentido (1946), describe cómo un propósito íntimo sostuvo su agencia en condiciones extremas. Nelson Mandela narra en Long Walk to Freedom (1994) que decidir por la reconciliación, incluso desde la cárcel, le otorgó una autoridad moral que trascendió los barrotes. Lejos de idealizar el sufrimiento, estos relatos muestran que el poder como don aparece cuando se elige una dirección y se la habita con perseverancia. El propósito no quita el peso del mundo; da asas para llevarlo.

Prácticas para encarnar el propósito

Para cerrar, traducir la idea en hábitos consolida el don del poder. Primero, formular microintenciones: antes de cada tarea, una frase breve que responda para qué. Luego, delimitar la acción mínima: cuál es el siguiente paso de dos minutos que rompe la inercia. Además, revisar el foco: eliminar lo que no sirve al para qué y reservar bloques de atención profunda. También conviene un cierre diario: tres líneas sobre qué acción honró el propósito y qué ajustar mañana. Finalmente, cuando surja la duda, hacer la pregunta bisagra: qué decisión mantiene mi integridad en este contexto. Así, momento a momento, el propósito se vuelve una práctica verificable, y el poder, un efecto natural.