Del problema a la solución, con acción
Habla menos del problema y más de la solución; la acción prefiere a quienes hacen. — bell hooks
De la crítica a la praxis
El imperativo de bell hooks nos saca del atolladero del análisis infinito: hablar menos del problema y más de la solución. En su Teaching to Transgress (1994), hooks dialoga con la “praxis” freireana—reflexión y acción en mutua fertilización—para recordar que la comprensión solo se completa cuando se encarna. Así, diagnosticar injusticias es necesario, pero estéril si no conduce a cambios concretos en el aula, el hogar o la calle. Al desplazar el foco hacia la acción, no niega la complejidad; la convierte en agenda.
Del diagnóstico al diseño de soluciones
Para convertir el impulso en método, conviene pasar del “¿por qué pasa?” al “¿cómo podríamos…?”. El diseño centrado en las personas ofrece un puente: reformular el problema desde la experiencia de quienes viven la situación y co-crear prototipos. Tim Brown, en Change by Design (2009), populariza esta transición del análisis a la experimentación con apuestas pequeñas y visibles. Así, en lugar de largas reuniones sobre “falta de participación”, se diseña una invitación accesible, se prueba con diez vecinos y se aprende. Esta orientación mantiene el debate vivo, pero atado a decisiones verificables.
Pequeñas victorias y bucles de aprendizaje
Karl Weick habló de small wins en American Psychologist (1984): avances modestos que encadenan momentum. Después del primer prototipo, se fija un siguiente paso en 72 horas, se documenta lo aprendido y se ajusta el diseño. Un colectivo que quiere barrios más limpios, por ejemplo, comienza con una microjornada en una sola cuadra, mide bolsas recogidas y conversaciones sostenidas, y decide el siguiente experimento en función de datos. De este modo, la acción no es un salto ciego, sino un ciclo disciplinado de prueba, feedback y mejora.
Ética del cuidado en acción
Ahora bien, para que la acción no se vuelva utilitarista, necesita una columna ética. En All About Love (2000), hooks describe el amor como voluntad de nutrir el crecimiento propio y ajeno; por eso insiste en que amar es un verbo. Trasladado a lo social, esto implica que cada intervención cuide la dignidad y la agencia de las personas implicadas. Un taller que “ayuda” sin escuchar repite el problema; en cambio, la coautoría transforma la ayuda en relación. Así, la eficacia se alinea con el cuidado, y la solución evita convertirse en nueva forma de dominación.
Liderazgo distribuido y poder colectivo
La consigna “la acción prefiere a quienes hacen” también cuestiona el heroísmo individual. Ella Baker resumió otra vía: “strong people don’t need strong leaders” (c. 1960). En la práctica, el liderazgo distribuido reparte tareas, visibilidad y aprendizaje, multiplicando manos y voces. Tras un primer piloto exitoso, se documenta el cómo, se comparte en una guía breve y se invita a otras personas a replicar con autonomía. Esta arquitectura de red convierte cada solución local en semilla que se adapta y escala, sin perder arraigo.
Medir para mejorar y sostener
Finalmente, lo que se sostiene se mejora. Se define un par de métricas de resultado y de proceso—por ejemplo, aumento de participación y número de iteraciones mensuales—y se revisan en cadencias cortas. Se suele decir que lo que se mide se gestiona; aquí, lo medido no es el mérito de la intención, sino el cambio observado. Un cierre útil de cada ciclo pregunta: ¿qué mantener, qué cambiar, qué abandonar? Así, la conversación vuelve a la acción con más claridad y, como quería hooks, la solución gana prioridad sin silenciar la reflexión.