Que tu próximo año esté lleno de magia y sueños y buena locura. — Neil Gaiman
Una bendición con tres brújulas
La frase de Neil Gaiman propone un año guiado por tres fuerzas: magia, sueños y buena locura. Juntas forman una brújula vital: el asombro que abre puertas, la visión que señala el rumbo y la audacia que nos impulsa a cruzarlo. No es un optimismo ingenuo, sino una forma estratégica de mirar el tiempo que viene. Primero encendemos la chispa, luego le damos dirección y finalmente nos atrevemos a actuar. Con ese orden, la ilusión deja de ser humo y se vuelve método. Para que esta brújula funcione, conviene empezar por la magia, esa sensibilidad que transforma lo cotidiano.
La magia del asombro cotidiano
En los relatos de Gaiman, lo extraordinario se esconde a simple vista: en Coraline (2002) hay puertas a otros mundos detrás de una pared; en American Gods (2001), los dioses caminan por autopistas. Ese gesto literario nos recuerda que el asombro no exige fuegos artificiales, sino una mirada entrenada. Practicarlo puede ser tan simple como un paseo sin auriculares, un cuaderno de hallazgos o una conversación que empieza con una pregunta generosa. Cuando despertamos el asombro, la realidad se vuelve fértil; y desde ese terreno fértil, los sueños encuentran dónde echar raíces.
Sueños como mapa y combustible
The Sandman (1989–1996) imagina a Sueño como guardián de un reino donde las ideas toman forma. Traído a la vida diaria, soñar es trazar mapas: visualizar, nombrar, prototipar. Un diario de sueños, además de poético, ayuda a reconocer patrones creativos; Matthew Walker, en Why We Sleep (2017), explica cómo el sueño consolida la memoria y favorece la resolución de problemas. Así, el descanso no es pausa: es el taller nocturno de nuestros proyectos. Una vez dibujado el mapa, queda dar el paso que asusta. Allí entra la buena locura.
Buena locura: audacia que cuida
No se trata de temeridad, sino de atrevimiento con brújula. Kay Redfield Jamison, en Touched with Fire (1993), muestra la compleja relación entre estados afectivos intensos y creatividad; pero aquí rescatamos su lección prudente: canalizar la intensidad sin rompernos. En la práctica, la buena locura es decir sí a pequeñas apuestas con retorno de aprendizaje: publicar un borrador imperfecto, pedir colaboración, presentar una idea antes de sentirnos listos. La psicóloga Barbara Fredrickson (2001) argumenta que las emociones positivas amplían repertorios de acción: ese ensanchamiento es la chispa que necesitamos. Con esa energía, conviene diseñar rituales concretos.
Prácticas pequeñas para un gran año
La magia se entrena, el sueño se planifica y la locura se acota con hábitos. Dos ejemplos: una caminata de 15 minutos para coleccionar metáforas y un ritual nocturno de una línea que nombre el deseo del día siguiente. James Clear, en Atomic Habits (2018), propone anclar conductas mínimas a rutinas existentes: una taza de café y, después, dos minutos de bosquejo. Pequeño no es sinónimo de trivial; es el tamaño exacto de lo sostenible. A medida que estos gestos se encadenan, aparece un ritmo. Para sostenerlo, necesitamos límites y ética.
Equilibrio ético y límites sanos
La buena locura es 'buena' porque cuida: de uno, de los otros y del mundo. Implica consentimiento, descanso, y la capacidad de decir basta. El entusiasmo sin descanso termina erosionando la creatividad que pretendía proteger; por eso alternar expansión y recuperación no es pereza, es técnica. Además, la audacia no puede volverse atropello: la creatividad crece mejor donde hay respeto y claridad. Con esos bordes, la bendición de Gaiman deja de ser deseo abstracto y se convierte en práctica viable. Y así llegamos al cierre: transformar el año en relato.
Cierre: convertir el deseo en relato
En su discurso Make Good Art (2012), Gaiman invita a hacer buen arte con lo que la vida traiga. La frase que nos convoca resume ese manifiesto en formato de deseo: que el año sea laboratorio de maravillas, planes y valentía amable. Si cada día escribimos una línea de esa historia—una línea real, hecha de acciones pequeñas—al final tendremos un libro. Y, como en toda buena narración, habrá giros, pausas y sorpresas. Que la magia abra, que los sueños guíen y que la buena locura nos empuje a cruzar.