Planificar: traer el mañana al presente

4 min de lectura
Planificar es traer el futuro al presente. — Alan Lakein
Planificar es traer el futuro al presente. — Alan Lakein

Planificar es traer el futuro al presente. — Alan Lakein

Del lema a la intención práctica

Para empezar, la frase de Alan Lakein condensa una idea operativa: cuando planificamos, convertimos posibilidades futuras en decisiones concretas de hoy. En How to Get Control of Your Time and Your Life (1973), Lakein propone una pregunta guía que actúa como bisagra entre visión y acción: “¿Cuál es el uso más importante de mi tiempo ahora mismo?”. Al contestarla, elegimos una acción específica y, por tanto, trasladamos una intención futura al presente verificable. De este modo, planificar deja de ser un ejercicio abstracto y se vuelve un método de priorización. No se trata de acertar con el mañana como si fuera un oráculo, sino de moldearlo a través de elecciones enfocadas, medibles y revisables. Así, cada bloque de tiempo se convierte en una apuesta informada por el futuro que deseamos.

Herramientas que concretan ese futuro

A continuación, ese futuro se materializa mediante marcos sencillos. La Matriz de Eisenhower, popularizada más tarde por Stephen R. Covey en The 7 Habits of Highly Effective People (1989), separa lo urgente de lo importante para decidir qué merece atención hoy. Los OKR, adoptados desde Intel (Grove, High Output Management, 1983) y difundidos por John Doerr en Measure What Matters (2018), conectan metas ambiciosas con resultados medibles, manteniendo el foco. Al escalar la mirada, el principio 80/20 de Pareto sugiere elegir el 20% de acciones que produce la mayor parte del impacto. Y en contextos inciertos, la planeación por escenarios —como la de Royal Dutch Shell en los años 70, con Pierre Wack— permite explorar futuros plausibles y preparar decisiones presentes acordes con varios desenlaces.

Psicología: imaginar y anticipar con realismo

Asimismo, la psicología explica por qué algunos planes sirven y otros fallan. Endel Tulving describió la prospección mental: la capacidad de ‘viajar’ al futuro para ensayar acciones antes de ejecutarlas. Sin embargo, al anticipar emociones y resultados incurrimos en sesgos; Daniel Gilbert y Timothy Wilson mostraron errores frecuentes del ‘pronóstico afectivo’, que exagera tanto recompensas como frustraciones. Para equilibrar la balanza, conviene reconocer la ‘falacia de la planificación’, popularizada por Daniel Kahneman en Thinking, Fast and Slow (2011): tendemos a subestimar tiempos y costos. Aquí ayuda el pre-mortem de Gary Klein (“Performing a Project Premortem”, HBR, 2007), que nos invita a imaginar que el proyecto fracasó y, desde ese futuro hipotético, enumerar hoy las causas y las contramedidas.

Ritmo, iteración y aprendizaje continuo

Luego, traer el futuro al presente exige ciclos breves de decisión y revisión. El bucle OODA de John Boyd —Observar, Orientar, Decidir y Actuar— sugiere moverse rápido con aprendizaje incorporado. Las metodologías ágiles operan igual: sprints cortos, entregables tangibles y retrospectivas que reajustan el rumbo. La planificación por oleadas (rolling wave) convierte grandes objetivos en tramos cercanos bien definidos y tramos lejanos más difusos, que se aclaran conforme avanza el proyecto. Así, el plan no es una camisa de fuerza, sino un sistema vivo que absorbe información nueva y mejora la siguiente acción.

Aplicaciones: del escritorio a la sala de juntas

Por ejemplo, en lo personal, una jornada efectiva comienza eligiendo tres resultados críticos y bloqueando el tiempo para el primero en la hora de mayor energía. Cada interrupción se filtra con la pregunta de Lakein; si no supera ese umbral, se pospone o se elimina. El resultado es un día que ya ‘contiene’ parte del futuro deseado. En negocios, un equipo de producto puede fijar un OKR trimestral, realizar un pre-mortem antes del lanzamiento y revisar quincenalmente métricas líderes. En sectores volátiles, los escenarios al estilo Shell sirven para acordar hoy “señales gatillo” y respuestas prediseñadas. Así, la estrategia se traduce en decisiones calendarizadas y condiciones de activación claras.

Cautelas: cuando planear se vuelve freno

Sin embargo, planificar en exceso puede derivar en parálisis por análisis. En entornos complejos, la ilusión de precisión sofoca la acción y hace frágil el plan. Una alternativa es diseñar márgenes: buffers de tiempo y presupuesto, hitos de decisión y opciones de salida. La lógica ‘antifrágil’ de Nassim N. Taleb en Antifragile (2012) sugiere exponerse a variabilidad controlada para aprender sin arruinarse. En la práctica, limite el tiempo de plan a un porcentaje del total (por ejemplo, 10–15%), valide supuestos con pruebas baratas y mantenga una lista de ‘acciones mínimas viables’ que permitan avanzar sin esperar información perfecta.

Cierre: del horizonte a la siguiente hora

Por último, el puente definitivo entre futuro y presente es una cadencia simple: visión trimestral, revisión semanal y enfoque diario. David Allen en Getting Things Done (2001) recomienda convertir todo objetivo en el “siguiente paso físico y visible”, que cabe en la agenda de hoy. Esa conversión es el acto clave. Así, la frase de Lakein deja de ser inspiración y se vuelve método: definir con claridad el destino, elegir la siguiente acción con criterios de prioridad y aprender en ciclos. Cada decisión bien tomada en el presente es, en realidad, un fragmento del futuro ya en marcha.