Curiosidad y perseverancia: puente hacia el sentido

Construye puentes con tu curiosidad y crúzalos con perseverancia. — Søren Kierkegaard
La metáfora del puente
Como punto de partida, la metáfora sugiere un trayecto entre dos orillas: del no saber al saber, del anhelo difuso a la realización concreta. La curiosidad pone los pilares: preguntas que cartografían lo desconocido, hipótesis que tienden tablones, conexiones que aseguran la estructura. Sin embargo, un puente erigido no basta; hay que cruzarlo a pesar del viento de la duda y el vértigo de la incertidumbre. De ahí que la perseverancia sea el acto de atravesar: pasos sostenidos, ritmos constantes, corregir sin desistir. Esta lectura prepara el terreno para comprender cómo la inquietud por el sentido —tan propia de lo humano— requiere tanto el impulso de preguntar como la disciplina de avanzar.
Kierkegaard y el salto interior
Con esa imagen en mente, la filosofía de Søren Kierkegaard ilumina el movimiento íntimo de construir y cruzar. En Temor y temblor (1843) habla del “salto de fe”: el tránsito que ninguna demostración objetiva garantiza. La curiosidad despierta la búsqueda; la perseverancia sostiene la angustia de elegir sin certezas totales. Asimismo, su idea de que “la verdad es la subjetividad” en el Postscriptum no científico (1846) recuerda que cada puente es personal: se erige en la interioridad. Así, la metáfora no niega la razón; la sitúa al servicio de una decisión existencial en la que preguntar abre camino y persistir lo recorre.
La ciencia de la curiosidad
A la luz de esta perspectiva, la psicología aporta un marco operativo. Daniel Berlyne (1960) mostró que la curiosidad surge ante la novedad y la complejidad; George Loewenstein (1994) la explicó como una brecha de información que queremos cerrar. Más aún, Gruber et al., Neuron (2014), hallaron que estados de curiosidad potencian el aprendizaje y la memoria, como si cada pregunta reforzara el cimiento del puente. Así, preguntar no es un lujo intelectual: es un motor neurocognitivo que orienta la atención, eleva la motivación y facilita retener lo descubierto. Pero, como veremos, esa energía necesita un dispositivo que la conduzca hasta la otra orilla.
Perseverancia: del deseo al hábito
Ahora bien, el puente no se cruza con entusiasmo pasajero. Angela Duckworth, en Grit (2016), define la perseverancia como pasión sostenida y esfuerzo prolongado por metas de largo plazo. Traducido a práctica, implica diseñar hábitos y umbrales: cuando decaiga la motivación, el sistema sigue. Las “intenciones de implementación” de Peter Gollwitzer (1999) —planes del tipo si X, entonces Y— convierten la voluntad en pasos automáticos. En conjunto, curiosidad decide la dirección; perseverancia asegura el avance cotidiano. La primera enciende, la segunda mantiene. La transición de chispazo a combustión estable es el verdadero cruce.
De Curiosity a Perseverance en Marte
Un ejemplo elocuente une metáfora y realidad: los nombres de dos rovers de la NASA. Curiosity aterrizó en 2012 para explorar el cráter Gale; Perseverance llegó en 2021 a Jezero y desplegó al helicóptero Ingenuity. La elección no fue casual: preguntas científicas construyeron el puente —¿hubo condiciones para la vida?—, y una década de ingeniería, pruebas y reintentos permitió cruzarlo a millones de kilómetros. Así, la humanidad avanzó de la conjetura a la evidencia. La lección es clara: nombrar la dirección con curiosidad y sostener el trayecto con perseverancia transforma lo remoto en alcanzable.
Aplicarlo a la vida cotidiana
Por último, traducir la metáfora al día a día requiere un hilo conductor. Empieza formulando una pregunta guía concreta; delimita supuestos y recursos para tender el primer tramo. Luego diseña micro-retos medibles y fija “si-entonces” para los momentos críticos (si me distraigo, entonces trabajo 10 minutos con temporizador). Cierra cada ciclo con revisión breve: ¿qué aprendí y qué ajusto? Este ritmo encadena curiosidad en aprendizaje y perseverancia en progreso. Y, como advertía Kierkegaard, recuerda el componente ético: que cada puente sirva a un bien mayor —propio y común—, de modo que cruzarlo no sea solo llegar, sino crecer en responsabilidad.