Las preguntas como palancas que transforman el mundo

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Aférrate a las preguntas; son las palancas que mueven montañas. — Carl Sagan
Aférrate a las preguntas; son las palancas que mueven montañas. — Carl Sagan

Aférrate a las preguntas; son las palancas que mueven montañas. — Carl Sagan

Curiosidad como palanca primera

Para empezar, Sagan nos recuerda que la pregunta no es un mero trámite intelectual, sino el dispositivo que desatasca el movimiento del conocimiento. En Cosmos (1980) y en El mundo y sus demonios (1995), insistió en que la curiosidad guía el escepticismo y, por tanto, nos protege de la credulidad. Aferrarse a las preguntas, entonces, es aferrarse al impulso que abre grietas en lo obvio y crea tracción allí donde el terreno parece inamovible.

De Arquímedes a Sagan: la fuerza de la imagen

Desde esa intuición visual, la metáfora de la palanca cobra un linaje clásico: Arquímedes proclamó “dadme un punto de apoyo y moveré el mundo”. Las preguntas funcionan como esa palanca mental: extienden nuestro alcance y convierten pequeñas fuerzas —dudas, hipótesis, contraejemplos— en avances considerables. El punto de apoyo es la evidencia; el brazo de palanca, el método; y el movimiento, el cambio de perspectiva que permite ver lo invisible.

La ciencia avanza preguntando mejor

A partir de esa metáfora, la historia científica muestra que cada salto nace de una pregunta refinada. Galileo, en el Diálogo sobre los dos máximos sistemas (1632), cuestionó “¿qué sucede realmente al caer los cuerpos?” y cambió la física al aislar el rozamiento. Darwin preguntó en El origen de las especies (1859) cómo aparece la diversidad, y halló la selección natural. Más tarde, Thomas S. Kuhn en La estructura de las revoluciones científicas (1962) mostró que nuevas preguntas reconfiguran paradigmas completos, no solo añaden respuestas.

El arte socrático de inquirir

Este impulso dialoga con la tradición humanista: Sócrates, según los diálogos de Platón como el Menón (c. 380 a. C.), no enseñaba respuestas, sino a interrogar supuestos. Sagan recupera ese espíritu con su “kit para detectar camelos” en El mundo y sus demonios (1995): formular hipótesis alternativas, buscar fuentes independientes, cuantificar y evitar falacias. Así, la pregunta se vuelve técnica de claridad, no solo gesto de sorpresa.

Innovación y diagnóstico: los ‘cinco porqués’

Más allá de la academia, la industria convirtió la curiosidad en protocolo: en el Sistema de Producción de Toyota, Sakichi Toyoda popularizó los “5 porqués” para rastrear causas raíz. Del mismo modo, Richard Feynman, en el Informe Rogers sobre el Challenger (1986), preguntó por el desempeño de las juntas a baja temperatura y lo demostró con una simple prueba en hielo. En ambos casos, preguntar con método generó palanca para resolver lo aparentemente inamovible.

Educar y transformar sociedades

Del taller pasamos a la plaza pública: Paulo Freire propuso en Pedagogía del oprimido (1970) una educación problematizadora, donde la pregunta dignifica y empodera. Movimientos como el sufragio femenino nacieron de interrogantes incómodos —¿por qué no votar?—, mientras la “Carta desde la cárcel de Birmingham” de Martin Luther King Jr. (1963) interroga la demora de la justicia. Finalmente, cuando enseñamos a preguntar, abrimos el espacio para mover no solo montañas conceptuales, sino estructuras sociales enteras.