Comienza aquí: la curiosidad impulsa tu ímpetu

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Empieza donde estás y genera ímpetu con curiosidad. — Paulo Coelho

El poder del punto de partida

Para empezar, el llamado de Coelho a “empezar donde estás” desactiva la parálisis por idealización. No necesitas el escenario perfecto; necesitas el siguiente paso viable en el contexto real que habitas. Esta aceptación activa la responsabilidad: cuando reconoces tus recursos, límites y preguntas presentes, conviertes el lugar en plataforma. Así, lo cotidiano deja de ser obstáculo y se vuelve terreno fértil, porque la energía no nace del entorno soñado, sino de la acción situada que inaugura movimiento.

Curiosidad: el combustible que abre camino

Desde ahí, la curiosidad opera como chispa que transforma el primer paso en trayectoria. La teoría de la brecha de información de George Loewenstein (1994) explica que el deseo de cerrar lo que no sabemos genera tensión motivadora. Más aún, estados de curiosidad elevan el aprendizaje al activar circuitos dopaminérgicos vinculados al hipocampo (Gruber, Gelman y Ranganath, Neuron, 2014). En otras palabras, explorar una pregunta concreta no solo engancha la atención: también facilita recordar y conectar, creando impulso cognitivo que empuja a seguir.

Pequeños pasos, gran inercia

Con ese combustible, la estrategia es mínima pero sostenida: avances modestos que se agregan hasta formar ímpetu. La evidencia conductual sugiere que ganancias marginales, repetidas, multiplican resultados; James Clear, en Atomic Habits (2018), muestra cómo mejoras del 1% acumuladas cambian trayectorias. En la práctica, formular una sola pregunta al día, prototipar una versión sencilla o leer tres páginas crea una pendiente positiva. Así, la curiosidad mantiene el ritmo y los micrologros refuerzan la identidad de quien progresa.

Aprender creciendo, no acertando

A la vez, el ímpetu se sostiene cuando cada avance se interpreta como aprendizaje, no como veredicto. La mentalidad de crecimiento de Carol Dweck (Mindset, 2006) muestra que valorar el proceso y el esfuerzo convierte los errores en retroalimentación. Esta mirada enlaza naturalmente con la curiosidad: preguntar, probar y ajustar es señal de progreso, no de carencia. Al reducir el costo psicológico del fallo, se protege el impulso inicial y se expande el rango de acciones posibles.

Iterar para convertir preguntas en resultados

Luego, conviene canalizar la curiosidad en ciclos breves de prueba: construir, medir y aprender. Eric Ries, en The Lean Startup (2011), formalizó este bucle para transformar hipótesis en conocimiento accionable. Formular una pregunta, diseñar un experimento mínimo y observar evidencia crea tracción porque cada vuelta reduce incertidumbre. Además, documentar lo aprendido alimenta nuevas preguntas, cerrando el círculo: la curiosidad origina el paso siguiente y la evidencia lo vuelve más certero.

Relatos que encarnan el principio

Finalmente, las historias concretas iluminan la consigna. En El alquimista (1988), Coelho narra cómo Santiago parte desde su vida ordinaria; la curiosidad por una señal lo mueve a cruzar desiertos y, con ello, a descubrir su tesoro interior. Del mismo modo, Darwin convirtió observaciones locales en preguntas globales durante su viaje relatado en The Voyage of the Beagle (1839). Y el dictum de Pasteur —la fortuna favorece a la mente preparada (Lille, 1854)— recuerda que empezar aquí, con preguntas vivas, prepara el encuentro con lo inesperado.