Progreso real: libertad creada, no aplausos ajenos

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Mide el progreso por la libertad que creas, no por los aplausos de los demás. — Amartya Sen
Mide el progreso por la libertad que creas, no por los aplausos de los demás. — Amartya Sen

Mide el progreso por la libertad que creas, no por los aplausos de los demás. — Amartya Sen

De la apariencia al propósito

Amartya Sen nos invita a desplazar la mirada: del brillo del reconocimiento externo al núcleo del cambio real. Medir el progreso por la libertad que se crea significa preguntar cuántas opciones genuinas tienen las personas para vivir la vida que valoran. Así, la ovación deja de ser un fin para convertirse, a lo sumo, en un subproducto. Esta inversión del foco reformula el éxito no como espectáculo, sino como expansión de posibilidades concretas: estudiar, votar, moverse, emprender, decidir sin coerción. En ese tránsito de la apariencia al propósito se redefine el sentido mismo de “logro”.

El peligro de los aplausos

Ahora bien, el aplauso suele premiar señales superficiales. La Ley de Goodhart (1975) advierte que cuando una medida se convierte en objetivo, deja de ser buena medida: la gente optimiza el marcador, no la realidad. Los “likes”, los rankings o el crecimiento de corto plazo pueden ser métricas de vanidad que encubren estancamientos profundos. Atraen atención, pero no necesariamente amplían libertades; de hecho, pueden distraer recursos de lo que sí transforma. Por eso, Sen sugiere que el ruido externo no debe sustituir la pregunta decisiva: ¿aumentó la agencia de las personas para elegir y realizar planes de vida valiosos?

El enfoque de capacidades

En Development as Freedom (1999), Sen propone evaluar el desarrollo por capacidades: no solo por recursos o utilidades, sino por lo que las personas efectivamente pueden ser y hacer. Tener una bicicleta no equivale a poder desplazarse si no hay caminos seguros o si la persona no sabe usarla; del mismo modo, un ingreso mayor no garantiza educación, salud o participación. Esta distinción entre bienes, funcionamientos y capacidades permite medir progreso como ampliación de libertades sustantivas. Así, políticas y proyectos se valoran por el conjunto de opciones reales que habilitan, no por la cantidad de insumos distribuidos ni por la retórica que los acompaña.

Lecciones empíricas que iluminan

Siguiendo esa lógica, Sen ha destacado el “modelo Kerala”, donde la inversión sostenida en salud y educación amplió capacidades y elevó indicadores sociales más allá de lo esperado por renta per cápita (Development as Freedom, 1999). De forma similar, los programas de comidas escolares en India aumentaron la asistencia y la permanencia en clase, ensanchando la libertad de aprender y proyectar futuro. Estos casos muestran que el progreso puede pasar desapercibido en métricas centradas en producción o prestigio, pero se hace evidente cuando miramos elecciones abiertas y vidas posibilitadas. El aplauso llega o no; la libertad creada, en cambio, perdura.

De la política pública a la empresa

Asimismo, la brújula de la libertad trasciende lo estatal. Una empresa fintech puede celebrar descargas espectaculares y, sin embargo, no reducir la exclusión financiera si sus usuarios no acceden a crédito razonable o no mejoran su resiliencia ante shocks. Una universidad puede presumir rankings, pero no ampliar la movilidad social si los graduados no logran trayectorias significativas. Medir progreso como libertad obliga a preguntar: ¿disminuyen las barreras de entrada? ¿Aumenta el poder de decisión del usuario? ¿Se reducen fricciones, riesgos y dependencias que limitan la agencia? Sin estas respuestas, los aplausos son ruido.

Métricas para captar libertad

En la práctica, conviene combinar indicadores de resultados y de proceso: tiempo ahorrado para actividades valiosas, opciones disponibles y efectivamente accesibles, costos de cambio (lock-in), seguridad frente a riesgos y voz en decisiones. Herramientas como encuestas de uso del tiempo, mediciones de agencia y metodologías multidimensionales (p. ej., Alkire-Foster, 2007, para pobreza) ayudan a traducir la libertad en datos accionables. Además, la evaluación participativa capta matices que los promedios esconden. Así, los números dejan de ser trofeos y se vuelven instrumentos para expandir capacidades donde más falta hacen.

Una brújula ética compartida

Finalmente, esta perspectiva exige rendición de cuentas ante quienes viven las políticas. Martha Nussbaum, en Women and Human Development (2000), complementa a Sen proponiendo capacidades centrales que resguardan la dignidad humana. Integrar esas referencias permite establecer mínimos éticos y orientar prioridades. La transición es clara: del aplauso efímero al progreso verificable mediante libertades sustantivas. Cuando instituciones, empresas y comunidades se juzgan por la autonomía que habilitan, el desarrollo deja de ser publicidad y se convierte en promesa cumplida.