Riesgo como moneda para forjar futuros distintos

El riesgo es la moneda con la que compramos un futuro diferente. — Amelia Earhart
La metáfora de la moneda de cambio
Earhart nos propone una imagen contable de la valentía: cada cambio real exige pagar un precio. El riesgo, en esta lectura, no es temeridad sino moneda; su valor reside en comprar posibilidades que el statu quo no ofrece. Como en cualquier transacción, hay costo de oportunidad: optar por la seguridad preserva lo conocido, pero bloquea puertas que solo se abren con apuestas calculadas. Así, la frase desplaza la discusión de “evitar peligros” a “invertir en futuros”. Al igual que una prima de seguro, asumimos un costo presente para proteger o habilitar un mañana mejor. Desde esta base conceptual, resulta natural mirar a quienes convirtieron esa intuición en trayectoria.
Earhart y el precio de abrir rutas
La vida de Amelia Earhart encarna su metáfora. En 1932 se convirtió en la primera mujer en volar sola el Atlántico en un Lockheed Vega 5B, enfrentando hielo y fallas de motor; recibió la Distinguished Flying Cross ese mismo año, legitimando su apuesta como un bien público: nuevas rutas, nuevos referentes (Smithsonian, National Air and Space Museum). En 1935 cruzó de Hawái a California, otra primicia. Su desaparición en 1937, intentando circunnavegar el globo, recuerda que el riesgo nunca es abstracto. Sin embargo, su legado amplió el espacio de lo posible, especialmente para las mujeres en la aviación. Desde aquí, la metáfora adquiere dimensión económica: ¿cómo valorar estas “compras” de futuro?
Economía del riesgo y la innovación
Joseph Schumpeter describió la “destrucción creativa” como motor del progreso, donde nuevas combinaciones desplazan lo viejo (Capitalism, Socialism and Democracy, 1942). Pagar con riesgo permite acceder a retornos asimétricos: pérdidas acotadas y ganancias potencialmente exponenciales, patrón común en capital emprendedor. Frank Knight distinguió riesgo (probabilidades conocidas) de incertidumbre (desconocidas) y mostró que el beneficio compensa precisamente esa incertidumbre (Risk, Uncertainty and Profit, 1921). No extraña, entonces, que cartas de empresas innovadoras insistan en “grandes apuestas” con portafolios que toleren fallas. La lógica es simple: unas pocas victorias pagan muchas pruebas. Esta racionalidad prepara el terreno para comprender por qué, aun sabiendo esto, nos cuesta pagar esa “moneda”.
Psicología: por qué tememos pagar
La Teoría de las Perspectivas muestra que sentimos más el dolor de perder que la alegría de ganar, sesgo llamado aversión a la pérdida (Kahneman y Tversky, 1979). Así, sobrevaloramos el costo inmediato del riesgo y subestimamos su opción de futuro. A ello se suma la ilusión de control y el sesgo del statu quo, que nos empujan a la inacción. Sin embargo, una mentalidad de crecimiento reinterpreta el riesgo como oportunidad de aprendizaje, reduciendo el miedo a equivocarse (Dweck, 2006). Visto así, cada intento genera información que abarata decisiones futuras. Con esta relectura psicológica, podemos diseñar cómo “pagar” mejor.
Diseñar apuestas con responsabilidad
Nassim Nicholas Taleb sugiere estrategias “barra” (barbell): proteger la base con activos seguros mientras se toman pequeñas apuestas de alto potencial, limitando el daño y conservando la opcionalidad (Antifragile, 2012). En la práctica, esto significa pilotos controlados, A/B tests y lanzamientos graduales: fallar en pequeño para aprender en grande. Robert G. Cooper sistematizó algo afín con procesos stage‑gate para madurar proyectos en fases, matando a tiempo lo que no funciona. Asimismo, el principio precautorio guía riesgos con externalidades elevadas (p. ej., seguridad aérea o biosanitaria). Así, el riesgo no se elimina, se orchestra. Este andamiaje nos permite trasladar la idea de Earhart del individuo a la esfera colectiva.
Riesgos compartidos que cambian sociedades
Los derechos se compran, también, con riesgos sociales. Las sufragistas, a inicios del siglo XX, enfrentaron arrestos y violencia para abrir el voto femenino; su “precio” compró un nuevo mapa político. Rosa Parks (1955) catalizó el boicot de Montgomery asumiendo un riesgo personal que alteró estructuras legales y culturales en EE. UU. En América Latina, las Madres de Plaza de Mayo (desde 1977) desafiaron a una dictadura, pagando con exposición y persecución para rescatar verdad y memoria. Estos ejemplos muestran que el riesgo, cuando se distribuye y se sostiene con instituciones, rinde beneficios públicos. Con todo, queda una pregunta práctica: ¿cómo decidir cuánto pagar y cuándo?
Medir lo que vale el mañana
Tres brújulas ayudan. Primero, valor esperado y opcionalidad: elegir apuestas con pérdidas acotadas y aprendizajes transferibles, incluso si fallan. Segundo, costo del arrepentimiento: Jeff Bezos popularizó un marco para proyectarse al futuro y elegir el camino que deje menos “¿y si…?” (entrevistas sobre su decisión en 1994). Tercero, justicia del riesgo: quienes cosechan beneficios deben compartir los costos, evitando externalidades sobre los más vulnerables (Ulrich Beck, Risk Society, 1986). Así cerramos el arco: el riesgo, bien diseñado y éticamente distribuido, es la moneda que compra futuros distintos. No pagarla es también decidir—solo que a cuenta de un mañana cada vez más estrecho.