Duda que afila, determinación que resiste mareas

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Que la duda sea el viento que afile tu determinación, no la marea que se la lleve. — Viktor Frankl
Que la duda sea el viento que afile tu determinación, no la marea que se la lleve. — Viktor Frankl

Que la duda sea el viento que afile tu determinación, no la marea que se la lleve. — Viktor Frankl

La metáfora del viento y la marea

Para empezar, la imagen contrapone dos fuerzas del mar: el viento que, bien orientado, tensa las velas y afila la proa, y la marea que, si nos descuidamos, arrastra todo hacia fuera. Así ocurre con la duda: inevitable, incluso necesaria, pero peligrosa si se vuelve corriente de fondo. Convertida en brisa frontal, la duda pule el juicio, obliga a verificar supuestos y alinea la energía con una ruta. En cambio, asumida como oleaje, dispersa, posterga y borra huellas. La clave no es suprimirla, sino darle dirección.

Frankl y el sentido como ancla

A continuación, Viktor Frankl mostró que el sentido actúa como ancla y timón en aguas inciertas. En El hombre en busca de sentido (1946), describe cómo los prisioneros que encontraban un porqué —un ser amado, una tarea pendiente, una actitud— resistían mejor la desesperación. La determinación no negaba la duda: la encauzaba hacia decisiones pequeñas que preservaban la dignidad, incluso en el campo. Esta perspectiva, la logoterapia, propone que el ser humano no sólo busca placer o poder, sino significado. Así, la duda no decide por nosotros; nos recuerda que debemos elegir en nombre de algo que trasciende el instante.

Duda productiva versus duda paralizante

Siguiendo este hilo, conviene distinguir la duda que inquiere de la que rumia. La primera formula preguntas operativas y abre opciones; la segunda gira en círculos y agota. La investigación sobre intolerancia a la incertidumbre (Carleton, 2016) muestra que cuando percibimos lo incierto como insoportable, tendemos a evitar, y esa evitación alimenta más ansiedad. Por su parte, los estudios sobre rumiación (Nolen-Hoeksema, 2000) vinculan el dar vueltas estériles con mayor riesgo de depresión. De ahí que transformar la duda en viento exige traducirla en hipótesis comprobables, pasos acotados y criterios de parada, antes de que se convierta en marea emocional.

Técnicas de logoterapia para domar la duda

Con esto en mente, la logoterapia ofrece recursos prácticos para domar la duda. En La voluntad de sentido (1972), Frankl describe la intención paradójica: invitar voluntariamente el síntoma temido para romper el círculo de anticipación ansiosa. Así, un paciente que temía tartamudear buscó, con humor, tartamudear lo más posible, y la presión disminuyó hasta desaparecer. Complementa esta técnica la dereflexión, que consiste en sacar el foco obsesivo del yo y orientarlo hacia una tarea o un valor. Ambas estrategias convierten el vaivén interno en energía dirigida: no niegan la duda, la atraviesan con propósito y distancia.

El porqué que orienta la determinación

Asimismo, cultivar un porqué orienta la determinación y modula la duda. Frankl cita a Nietzsche —quien tiene un porqué para vivir, casi puede soportar cualquier cómo— para explicar por qué algunos soportaron lo insoportable (El hombre en busca de sentido, 1946). En los barracones, evocar la imagen de su esposa le daba fuerzas para resistir una jornada más; no porque eliminara la incertidumbre, sino porque la subordinaba a un amor. Cuando la duda pregunte por qué avanzar, responder con un valor elegido —servicio, aprendizaje, cuidado— la transforma en brújula y no en remolino.

Hábitos que convierten la duda en filo

Además, hay hábitos que convierten la duda en filo. Primero, adoptar una mentalidad deliberativa al explorar opciones y, luego, una implementativa para ejecutar con reglas claras; las intenciones de implementación del tipo si–entonces facilitan pasar del pensar al hacer (Gollwitzer, 1999). Segundo, practicar el reencuadre cognitivo para asignar a la duda el rol de señal de curiosidad, no de peligro; la reevaluación se asocia con mejor regulación emocional (Gross y John, 2003). Tercero, definir la siguiente acción visible y el límite de tiempo. Estas pequeñas estructuras dan al viento dirección y evitan que la marea de lo indefinido nos arrastre.

Cuando el mar ruge: límites y cuidado

Por último, hay momentos en que la marea sube de verdad: ansiedad persistente, bloqueo, desesperanza. Entonces, convertir la duda en viento requiere contención: descanso, conversación honesta y, si es necesario, acompañamiento profesional. La autocompasión —tratarse con la misma cordialidad que a un amigo— reduce la autocrítica que suele amplificar la duda (Neff, 2003). Lejos de debilitar la determinación, este cuidado la vuelve sostenible. Así cerramos el círculo: la duda sigue soplando, pero ahora impulsa; la marea existe, pero ya no se lleva lo esencial.