Empatía y política: claridad nacida desde la ciudadanía

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Resuelve con empatía; la política moldeada por la gente comprende los problemas con mayor claridad. — Amartya Sen

La empatía como forma de conocimiento

Para empezar, la empatía no es indulgencia; es un método para ver lo que los datos solos no muestran. Al escuchar la experiencia vivida —cómo se siente esperar tres horas en una clínica o no tener dinero para el transporte escolar— se revelan fricciones que redefinen el problema. La empatía, entonces, afina la pregunta pública antes de precipitar la respuesta técnica. A partir de ahí, la claridad aumenta porque se reducen los puntos ciegos: se incorporan contextos, lenguajes y prioridades que suelen quedar fuera del despacho. Esta comprensión compartida no sustituye la evidencia; la dirige hacia lo que realmente importa.

Capacidades y razonamiento público

Amartya Sen propone evaluar políticas por las capacidades que expanden, no solo por los insumos que entregan. En Development as Freedom (1999) y The Idea of Justice (2009), sostiene que la deliberación pública mejora la información disponible, corrige sesgos y legitima decisiones. Así, la empatía se vuelve práctica: escuchar a quienes viven el problema refina los indicadores y las opciones de política. En consecuencia, una política moldeada por la gente no solo distribuye recursos; amplía libertades reales para llevar vidas que valoran. Esa es la claridad a la que alude la cita: entender con precisión qué obstáculos minan la agencia de las personas.

Lecciones de participación efectiva

La experiencia comparada lo ilustra. El presupuesto participativo de Porto Alegre (desde 1989) redirigió inversiones hacia saneamiento y barrios históricamente postergados, según diversas evaluaciones. En Kerala, India (Plan Popular de 1996), comunidades priorizaron proyectos locales que mejoraron servicios básicos. Y las auditorías sociales de empleo rural en Andhra Pradesh (mediados de 2000) revelaron desvíos y aumentaron la transparencia. Estas prácticas comparten un hilo: problemas definidos con la comunidad producen decisiones más nítidas y fiscalizables. No es “consultar y ya”, sino incorporar mecanismos de rendición de cuentas que mantengan viva la retroalimentación.

Datos con rostro humano

A la luz de esto, la evidencia gana potencia cuando se combina con relatos situados. Un equipo puede medir que la asistencia escolar baja los lunes; una madre puede explicar que los pagos del programa llegan los martes y el transporte se paga por adelantado. Esa pieza faltante cambia el diseño: calendario de transferencias, rutas escolares o pagos sin fricción. Casos como Progresa/Oportunidades en México (desde 1997) muestran cómo la evaluación rigurosa y la retroalimentación comunitaria ajustaron logística y comunicación. La empatía no contradice el rigor; lo orienta hacia cuellos de botella concretos.

Riesgos y salvaguardas

No obstante, la participación puede volverse simbólica o capturada por élites locales. Evitarlo exige reglas claras: muestreos representativos, facilitación independiente, tiempos y formatos accesibles (lengua, horarios, cuidados), y trazabilidad de cómo cada aporte influyó o no en la decisión. Asimismo, la evaluación debe mirar resultados y capacidades: ¿quién ganó voz?, ¿qué fricciones se eliminaron?, ¿qué desigualdades se redujeron? Transparencia de insumos, actas públicas y mecanismos de queja cierran el círculo de confianza.

Pasos prácticos para gobernar con empatía

En la práctica, conviene empezar pequeño y aprender rápido: sesiones de escucha estructurada, mapeo del viaje del usuario, co-diseño de prototipos y pilotos con ciclos breves. Documentar decisiones en lenguaje claro y devolver a la ciudadanía qué se cambió y por qué. Medir con doble lente: indicadores de desempeño (tiempos, costos, cobertura) y de experiencia (claridad, esfuerzo, dignidad percibida). Presupuestar la participación —tiempo, cuidado infantil, transporte— convierte la invitación en posibilidad real.

Tecnología al servicio de la deliberación

Por último, las plataformas digitales pueden ampliar voces si se combinan con métodos presenciales. Experiencias como Decidim en Barcelona muestran cómo abrir propuestas, debates y seguimiento público del ciclo de políticas. Sin embargo, la brecha digital obliga a ofrecer canales telefónicos, móviles y encuentros comunitarios. La herramienta importa menos que la arquitectura de confianza: datos abiertos comprensibles, moderación respetuosa y reportes periódicos de avances. Así, la tecnología se vuelve puente y no barrera, alineada con el espíritu de Sen: más información significativa para decidir mejor.