Decidir con lucidez para no vivir a la deriva

3 min de lectura

Afronta cada día con decisiones deliberadas; la confusión solo conduce a la deriva. — Albert Camus

Lucidez contra la confusión

Para empezar, la advertencia de Camus es un llamado a la lucidez: cada día exige un gesto consciente que contrarreste la inercia. En El mito de Sísifo (1942), su defensa de la ‘claridad’ frente al absurdo convierte la atención en un acto de rebelión. Cuando cedemos a la confusión—esa mezcla de urgencia ajena, ruido informativo y dispersión—perdemos voz propia y, con ella, rumbo. Decidir, en cambio, no cancela la duda; la ordena. Al fijar una dirección provisional, transformamos la jornada en terreno de acción y no de accidente.

Decidir como ejercicio de libertad

Desde esa lucidez se entiende la decisión como ejercicio de libertad concreta. Camus veía la libertad no como un absoluto, sino como elección sostenida en lo inmediato. La peste (1947) muestra al doctor Rieux actuando sin garantías: elegir curar, hoy, aun cuando el sentido último falte, es ya una forma de sentido. Del mismo modo, El hombre rebelde (1951) propone una rebeldía que se mide en actos, no en proclamas. Así, la deliberación no es rigidez moral, sino responsabilidad: reconocer que no elegir también elige por nosotros, empujándonos a la deriva que el aforismo advierte.

La rutina que orienta el día

Para encarnar esa libertad en lo cotidiano, conviene empezar con pocos compromisos deliberados. Un método simple es definir ‘la tarea esencial’ y dos decisiones que la habilitan (bloquear una hora, avisar al equipo). La psicología de las intenciones de implementación confirma su eficacia: Peter Gollwitzer (1999) mostró que los planes “si–entonces” —“si son las 8:00, entonces abro el informe”— duplican la probabilidad de ejecución. Una diseñadora, por ejemplo, decide la noche anterior: si es 7:30, preparo el borrador; si suena el primer aviso, silencio el móvil. Al amanecer, la deriva encuentra barreras y la voluntad, carriles.

Evitar la deriva social y digital

Ahora bien, decidir también implica decir no a corrientes que nos arrastran. La economía conductual explica que los ‘predeterminados’ moldean nuestra conducta; Nudge de Thaler y Sunstein (2008) muestra cómo el contexto decide por nosotros si no deliberamos. Por eso conviene rediseñar el entorno: notificaciones desactivadas por defecto, páginas bloqueadas en horario clave, y una breve lista de “noes” diarios (no abrir correo antes de la tarea esencial). De este modo, la claridad no depende del heroísmo, sino de estructuras que protegen la atención y hacen que lo importante sea, literalmente, lo más fácil.

Herramientas de deliberación práctica

Asimismo, cuando la complejidad aumenta, la deliberación gana herramientas. El ciclo OODA de John Boyd (c. 1976) —Observar, Orientar, Decidir, Actuar— introduce bucles cortos para ajustar rápidamente. La matriz de Eisenhower prioriza lo importante sobre lo urgente, evitando la trampa de apagar fuegos sin propósito. Y el premortem de Gary Klein (2007) invita a imaginar el fracaso por adelantado para fortalecer la decisión. Un equipo que inicia el día con OODA breve, clasifica tareas con Eisenhower y hace un premortem semanal, reduce ruido y elige con intención. Así, cada sí se vuelve nítido, y cada no, sereno.

Responsabilidad y calma ante la incertidumbre

Finalmente, decidir con deliberación no exige certezas totales, sino una calma activa. Camus sugiere en El mito de Sísifo (1942) que la lucidez no elimina el absurdo, pero lo atraviesa. Del mismo modo, una jornada bien enfocada admite correcciones: pequeñas retrospectivas al mediodía y al cierre convierten el error en guía. Con esa cadencia —elegir, actuar, revisar— la confusión pierde su poder de arrastre, y la deriva cede ante una dirección suficiente para hoy. Mañana volveremos a empezar, pero no desde cero: cada decisión traza un hilo que, repetido, se convierte en rumbo.