La amabilidad diaria, una rebelión contra la duda

Elige la amabilidad como una rebelión cotidiana contra la duda. — James Baldwin
Baldwin y la ética de la ternura
Para empezar, Baldwin vincula la amabilidad con una claridad moral que rehúye el sentimentalismo. En The Fire Next Time (1963) escribe que "el amor arranca las máscaras" que nos impiden vernos; esa operación, suave pero incisiva, es ya una forma de resistencia. Elegir la amabilidad, entonces, no es suavizar el conflicto, sino exponer con humanidad lo que la violencia y el cinismo ocultan. Así, su frase sugiere una política de la ternura: actos concretos que sostienen la verdad sin renunciar a la dignidad. No es un gesto decorativo, sino una táctica para mantener el vínculo humano cuando las narrativas de odio destruyen la confianza.
La duda como dispositivo de control
A continuación, conviene mirar a la duda como algo más que un sentimiento: es una herramienta que paraliza. En No Name in the Street (1972), Baldwin describe cómo la traición institucional siembra escepticismo y agota la esperanza, empujando a la gente al silencio o a la indiferencia. Frente a esa erosión, la amabilidad cotidiana funciona como cortafuegos. Un saludo que reconoce, una escucha que no interrumpe, una pregunta que no presupone mala fe: son interrupciones mínimas del guion de la sospecha. Al sostener la posibilidad de confianza, esas grietas permiten que la conversación –y la acción– continúen.
Rebelión cotidiana: gestos que reconfiguran lo posible
Desde ahí, la rebelión no necesita grandilocuencia: vive en prácticas pequeñas y constantes. Mary Rowe (MIT, 1973) habló de "micro-affirmations": reconocer el mérito, nombrar a quien suele quedar invisible, ceder la palabra a quien fue interrumpido. Estas microafirmaciones deshacen, gota a gota, el tejido de la duda. Como amplía bell hooks en All About Love (2000), el amor –y por extensión la amabilidad– es una práctica: se entrena y se conserva. Elegirla cada día no elimina el conflicto; lo encuadra en un marco donde la dignidad del otro no se negocia.
Memoria civil: gentileza y valentía en marcha
Asimismo, la historia confirma que la amabilidad puede ser audaz. Las sentadas de Greensboro (1960) mostraron una cortesía disciplinada ante insultos y agresiones; su firmeza amable desnudó la falta de humanidad del sistema. Baldwin leyó esa escena con lucidez: en "My Dungeon Shook", carta de The Fire Next Time (1963), invita a responder al odio sin odiarse a uno mismo, sosteniendo la verdad sin ceder la propia alma. Más tarde, en No Name in the Street (1972), recuerda a Evers, Malcolm X y King, y cómo los lazos de cuidado –comidas compartidas, abrazos, oraciones– sostuvieron la resistencia. Esa amabilidad no evitó el riesgo; le dio sentido.
Lo que muestra la psicología contemporánea
Además, la ciencia ofrece un respaldo práctico. La teoría "broaden-and-build" de Barbara Fredrickson (2001) muestra que emociones prosociales amplían el repertorio de pensamiento y acción, habilitando soluciones creativas. Jamil Zaki, en The War for Kindness (2019), documenta que la empatía se entrena como un músculo, y que actos deliberados de amabilidad elevan la cooperación. Incluso a nivel social, los estudios de Fowler y Christakis (PNAS, 2010) evidencian que comportamientos cooperativos generan cascadas: una buena acción aumenta la probabilidad de otra en la red. Así, la "rebelión cotidiana" no es naïf; es contagiosa y estratégica.
Amabilidad con columna vertebral: verdad y responsabilidad
Finalmente, Baldwin advierte que la amabilidad sin verdad deviene complicidad. Su aforismo –"no todo lo que se enfrenta puede cambiarse, pero nada puede cambiarse hasta que se enfrenta" (Baldwin, 1962)– exige una ternura que no rehúye el conflicto. La cortesía no sustituye la justicia; la prepara. Por eso, elegir la amabilidad como rebelión cotidiana es una disciplina: decir lo difícil con cuidado, dar feedback sin humillar, protestar sin deshumanizar. Así, la duda pierde terreno y la confianza –ese bien cívico escaso– encuentra un lugar para crecer.