Por último, un trazo no es un fin, sino una promesa. Repetido con paciencia, se vuelve lenguaje; extendido en el tiempo, construye una obra. Martin transformó líneas casi imperceptibles en campos de contemplación; del mismo modo, cualquier práctica —pintar, escribir, investigar— se nutre de comienzos renovados. Cada día exige el mismo permiso: presentarse, trazar, escuchar. Así, el lienzo en blanco deja de intimidar y pasa a ser invitación. [...]