Finalmente, la obstinación de la alegría se expande cuando pasa del yo al nosotros. Rebecca Solnit, en A Paradise Built in Hell (2009), documenta cómo tras desastres emergen redes espontáneas de ayuda que generan una “alegría cívica”: sentido, vínculo y eficacia compartidos. Esa energía comunitaria prolonga la llama individual cuando el cansancio amenaza.
Así, la alegría obstinada se vuelve pacto social: coros que sostienen la nota mientras una voz toma aire. De ahí que cultivar espacios de cuidado mutuo —comidas vecinales, círculos de escucha, trabajo colaborativo— no sea un lujo, sino la infraestructura afectiva capaz de resistir tormentas más largas que cualquiera de nosotros. [...]