Por último, aceptar la naturaleza perecedera del conocimiento debería impulsarnos a reevaluar y refrescar continuamente nuestras fuentes y perspectivas. Reconocer que el saber no es eterno fomenta la humildad intelectual y nos motiva a reciclar, comprobar y mejorar nuestras ideas, asegurando que el conocimiento se mantenga tan fresco y útil como un pescado bien conservado. [...]