Finalmente, los medios de signos y cámara complejizan la tarea. Barthes, en La cámara lúcida (1980), distingue un punctum que hiere y abre sentidos más allá del studium visible. Kiarostami, con Close-Up (1990), mezcla documental y ficción para alcanzar la verdad ética del deseo de ser otro. Y en El espejo (1975), Tarkovski convierte la memoria en forma, donde lo verdadero no coincide con lo literal.
Esta búsqueda de significado interior, sin embargo, exige responsabilidad: la intensificación expresiva puede caer en manipulación o propaganda. Justo por eso la brújula aristotélica sigue vigente: representar no lo aparente, sino lo necesario y verosímil que nos concierne. [...]