Por último, medir la intensidad permite que la práctica perdure. Séneca advierte que la fortaleza virtuosa evita el exceso y busca lo que puede sostenerse (Cartas a Lucilio, c. 65). En la vida contemporánea, eso implica alternar empujes con descanso, elegir batallas y declinar la heroicidad crónica. Incluso la vulnerabilidad—admitir límites, pedir cooperación—es una forma de valor que previene el agotamiento. De este equilibrio nace lo magnífico estable: no un fogonazo, sino una claridad durable. Así, los márgenes siguen llenándose cada día, y el texto de la vida se vuelve, sin estruendo, plenamente legible. [...]