Por último, persistir con amor dibuja una ética: honrar procesos, aceptar imperfecciones y celebrar progresos discretos. Como en el kintsugi, donde la grieta se resalta con oro, el tiempo no borra las fallas; las integra y les otorga sentido. Esa misma paciencia convierte el ensayo en hallazgo y el error en escuela. Así, el consejo de Paz deja de ser consigna y se vuelve práctica diaria: volver, pulir, escuchar, servir. Al final, lo extraordinario no cae del cielo; se teje, hilo por hilo, con la constancia de quien ama. [...]