Comenzar de nuevo ante el absurdo, con intención
Creado el: 15 de septiembre de 2025

Ante lo absurdo, elige comenzar de nuevo con clara intención. — Albert Camus
El absurdo y la lucidez camusiana
Para Camus, lo absurdo nace del choque entre el ansia humana de sentido y el silencio del mundo. El mito de Sísifo (1942) muestra que la primera virtud no es el consuelo, sino la lucidez: ver la condición sin maquillarla y sin renunciar a vivir. Esa claridad no conduce al nihilismo, sino a un punto de partida honesto donde la vida vale por la experiencia misma, sin garantías últimas. Así, la lucidez abre un espacio ético y práctico: qué hacer con la libertad que queda cuando las ilusiones caen. Desde ahí, se comprende por qué el consejo de “elegir comenzar de nuevo” no es escapismo, sino un ejercicio de atención a lo real.
La elección como acto de libertad
Camus afirma que, ante lo absurdo, la decisión crucial es rehusar tanto el suicidio como el “salto” hacia una fe que clausure la pregunta (El mito de Sísifo, 1942). Elegir es asumir la “libertad absurda”: actuar sin apelación a absolutos, pero con compromiso con la vida. Esa elección, repetida, funda una ética de la presencia: obrar aquí y ahora, sin garantías metafísicas. En lugar de resignarse, el sujeto se declara responsable de su rumbo. De este modo, la elección no es un gesto único, sino un hábito: cada día comienza nuevamente cuando se confirma ese sí a la existencia, preparando el terreno para una práctica concreta de recomienzo.
Recomenzar como revuelta cotidiana
El hombre rebelde (1951) radicaliza la idea: la revuelta inicia con un no a lo que degrada, pero implica un sí a un valor compartido—la dignidad. Comenzar de nuevo no es borrar el pasado, sino convertirlo en límite y orientación. En la práctica, la revuelta cotidiana se expresa en decisiones pequeñas y sostenidas: rehacer un oficio, reconstruir un vínculo, reordenar prioridades, perseverar en una tarea cuyo sentido no es dado, sino construido. Ese recomienzo elige la continuidad sin ilusión de final feliz, pero también sin cinismo. Para que no se vuelva mera inercia, necesita una brújula: la intención clara que encauce la energía de la revuelta.
Intención clara: medida y responsabilidad
Camus reivindica la medida (mesure): actuar con límites para no reproducir lo que se combate. En Cartas a un amigo alemán (1945), esta sobriedad se vuelve criterio ético frente a la violencia y la mentira. La intención clara nombra esa dirección: saber para qué se recomienza y bajo qué principios (dignidad, verdad, solidaridad), permaneciendo fiel a ellos cuando el absurdo aprieta. No se trata de un programa rígido, sino de una fidelidad concreta a los medios, no sólo a los fines. Con esta brújula, el recomienzo evita la desesperación y el fanatismo, y se vuelve una práctica responsable que prepara el terreno para figuras y relatos que la encarnan.
Figuras ejemplares en la obra de Camus
Sísifo, condenado a empujar su piedra, encarna el gesto de aceptar la tarea y devolverle sentido por la forma de hacerla: “hay que imaginarse a Sísifo feliz” (El mito de Sísifo, 1942). Meursault, en El extranjero (1942), alcanza la lucidez ante “la tierna indiferencia del mundo” y, desde esa verdad áspera, afirma su existencia sin disfraz. El doctor Rieux, en La peste (1947), elige curar sin promesas de triunfo, sosteniendo una intención clara: aliviar el sufrimiento. Estas figuras no resuelven el absurdo; lo habitan con actos que comienzan de nuevo cada día, mostrando cómo la elección se vuelve estilo de vida.
Vigencia práctica: crisis, trabajo y comunidad
Hoy, recomenzar con intención clara puede significar reconstruirse tras una pérdida, redefinir un proyecto profesional sin culto al éxito, o sostener la solidaridad vecinal cuando fallan las instituciones, como retrata La peste (1947) en clave moral. Frente al agotamiento, pequeños reinicios—un horario limitado y honesto, un compromiso con la verdad en el trabajo, un círculo de cooperación—encarnan la medida camusiana. No garantizan una historia redentora, pero sí una vida digna de ser vivida. Así, la consigna de Camus se vuelve método: ver con lucidez, elegir sin excusas, y comenzar de nuevo con una intención que, al repetirse, se convierte en carácter.