De la duda al descubrimiento: curiosidad según Kierkegaard

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Convierte tu duda en una herramienta; deja que haga espacio para una curiosidad más profunda. — Søren Kierkegaard

Una duda que abre espacio

Kierkegaard sugiere que la duda no es un obstáculo, sino un cincel: al vaciar certezas rígidas, abre hueco para una curiosidad más honda. En lugar de sofocar la inquietud con respuestas rápidas, propone habitarla y convertirla en método de búsqueda interior. Así, la duda deja de ser un juicio sumario sobre el mundo y se vuelve una herramienta de clarificación personal. Esta reorientación es coherente con su énfasis en la interioridad y la responsabilidad individual: no se trata de acumular datos, sino de afinar la pregunta hasta que revele lo que importa. Por eso, al “hacer espacio”, la duda inaugura un umbral: nos vuelve disponibles para escuchar, comparar y, finalmente, comprometer una respuesta que sea vivida, no solo pensada.

De Sócrates a la comunicación indirecta

Esta visión enlaza con la ironía socrática: en Platón, Apología (c. 399 a. C.), Sócrates reconoce su no saber para convocar al otro a pensar consigo. Kierkegaard retoma esa herencia, pero la afila con su “comunicación indirecta”: en Fragmentos filosóficos (1844) y Postscriptum conclusivo no científico (1846), Johannes Climacus dramatiza ideas mediante seudónimos para que el lector se apropie de la verdad. El gesto es deliberado: ninguna lección moral se impone desde fuera; se provoca, en cambio, una duda fértil que activa la libertad del receptor. Así, de Sócrates a Kierkegaard, la pregunta auténtica no informa, transforma. Y, en ese tránsito, la curiosidad deja de ser mera acumulación para convertirse en ejercicio de apropiación existencial.

Angustia, posibilidad y la herramienta interior

A continuación, la duda se emparenta con la angustia, entendida no como patología sino como señal de posibilidad. En El concepto de la angustia (1844), Vigilius Haufniensis define la angustia como “el vértigo de la libertad”: la apertura de alternativas desestabiliza, pero justamente por eso nos llama a elegir. Convertida en herramienta, la duda examina caminos sin paralizarse; reconoce límites, pero también ensaya. En términos prácticos, esa herramienta opera en ciclos: formular la pregunta, acotar supuestos, probar y revisar. La curiosidad profunda no salta al cierre prematuro; tolera la ambivalencia mientras refina el criterio. Así, la inquietud que antes parecía pura amenaza se transforma en brújula: orienta hacia lo posible que todavía no vemos.

El salto y la paciencia de la pregunta

Sin embargo, Kierkegaard advierte que no toda duda conduce a la misma orilla. En Temor y temblor (1843), Johannes de Silentio describe al caballero de la fe, capaz de convivir con la paradoja antes del “salto”. La paciencia de la pregunta no niega la decisión; la prepara. Aquí ayuda recordar la “negative capability” de John Keats (carta de 1817): sostener la incertidumbre sin ansiar conclusiones forzadas. La curiosidad, entonces, no es voracidad de respuestas, sino disciplina para dejar que la pregunta madure. Cuando el salto llega, no clausura la indagación; inaugura otra etapa, en la que se verifica en la vida lo intuido en la reflexión. Así, dudar se vuelve una forma de cuidado de la verdad.

Método: de la sospecha a la indagación abierta

Para evitar que la duda devenga cinismo, conviene orientarla con reglas sencillas. Primero, distinguir sospecha de hipótesis: la sospecha acusa; la hipótesis indaga. Charles S. Peirce, en The Fixation of Belief (1877), mostró cómo el paso del hábito a la investigación pública convierte el malestar de la duda en progreso compartido. Kierkegaard añadiría la dimensión existencial: “la subjetividad es la verdad” (Postscriptum, 1846) significa que el método incluye cómo vivimos lo que afirmamos. Así, una práctica sana alterna apertura y prueba: definir una pregunta vigorosa, mapear alternativas, buscar contraejemplos, decidir provisionalmente y revisar. La curiosidad, guiada por este compás, no se pierde en el escepticismo; encuentra ritmo entre explorar y comprometerse.

Ejercicios para cultivar curiosidad profunda

Finalmente, la herramienta se afila con ejercicios concretos. a) Diario de preguntas: cada día, reformula una duda en tres niveles (hecho, significado, implicación). b) Conversación socrática: pregunta “¿qué te haría cambiar de opinión?” para abrir terreno común. c) Pruebas pequeñas: diseña un experimento limitado que pueda refutar tu intuición favorita. d) Perspectiva ajena: defiende la mejor versión de una tesis contraria antes de decidir. e) Revisión temporal: vuelve en una semana y reevalúa con datos. Estos hábitos encarnan la transición de la duda como freno a la duda como motor. Al sostener el espacio que abre, la curiosidad se profundiza y, con ella, nuestra capacidad de elegir con verdad vivida.