Curiosidad sobre obediencia: la educación que libera

La educación que libera comienza donde la curiosidad es valorada por encima de la obediencia — Paulo Freire
Del mandato al asombro
El enunciado de Freire coloca la curiosidad en el centro del acto educativo, desplazando la obediencia como valor supremo. No se trata de promover la indisciplina, sino de reconocer que la mera conformidad produce repetidores, mientras la indagación forma sujetos capaces de comprender, cuestionar y transformar su realidad. Allí donde se premia preguntar, la educación deja de ser un trámite y se vuelve experiencia emancipadora. Así, valorar la curiosidad implica redefinir la relación saber-poder en el aula: el conocimiento ya no es un depósito que se recibe, sino un territorio que se explora en común. Este giro abre la puerta a la praxis, ese diálogo entre acción y reflexión que, como sostendrá Freire, convierte aprender en un ejercicio de libertad.
Freire y el giro dialógico
Desde esta premisa, Freire critica el “modelo bancario” y propone una educación problematizadora donde docentes y estudiantes co-investigan el mundo. En los “círculos de cultura” de Angicos, Brasil (1963), obreros cortadores de caña alfabetizaron su palabra en 45 días a partir de temas vitales como salario, tierra y dignidad; el lenguaje nació del conflicto real y no de listas neutras (Pedagogía del oprimido, 1970). El diálogo, lejos de ser conversación amable, es método de conciencia crítica. Al nombrar el mundo con sus propias palabras, los participantes ensayan ciudadanía. De este modo, la curiosidad deja de ser capricho individual y se convierte en práctica colectiva de lectura del contexto.
Ecos en la tradición pedagógica
A su vez, la intuición freireana resuena en otras genealogías. El diálogo socrático en Platón, República (c. 375 a. C.), muestra cómo la pregunta ordenada conduce de la opinión al conocimiento. John Dewey defendió que aprendemos haciendo y pensando sobre lo hecho, vinculando escuela y vida pública (Democracy and Education, 1916). En otra clave, María Montessori priorizó la exploración autónoma en ambientes preparados, afirmando que la curiosidad del niño es motor natural del aprendizaje (La mente absorbente, 1949). En todas estas tradiciones, la pregunta no desestabiliza el aula: la funda.
Lo que revela la ciencia del aprendizaje
Más allá de las teorías, la neurociencia confirma la intuición pedagógica: cuando la curiosidad se activa, el sistema dopaminérgico favorece la consolidación de memoria y el hipocampo aprende mejor incluso información incidental. Gruber, Gelman y Ranganath mostraron este efecto en Neuron (2014), evidenciando que el interés prepara al cerebro para aprender “por contagio”. Por tanto, diseñar clases que despierten preguntas no es un lujo estético, sino una estrategia cognitiva. Curiosidad y comprensión se retroalimentan: cuanto más entiendo, más quiero saber; cuanto más quiero saber, más firmemente aprendo.
Libertad con límites: diseñar la estructura
No obstante, la curiosidad sin marco puede dispersarse. De ahí que la libertad de preguntar requiera estructuras que la orienten: preguntas esenciales, contratos de investigación, rúbricas co-diseñadas y tiempos de metacognición. Tales andamios canalizan la energía inquisitiva hacia productos significativos. Vygotsky lo anticipó con la Zona de Desarrollo Próximo: el desafío óptimo, acompañado, descubre capacidades latentes (Mind in Society, 1978). En seminarios socráticos con normas claras o proyectos guiados por hipótesis, la obediencia cede su lugar a la disciplina intelectual: seguir razones, no órdenes.
Aulas para la democracia y la era digital
En consecuencia, valorar la curiosidad también es un acto cívico. Frente a la obediencia algorítmica que nos sirve contenidos a medida, formar lectores críticos implica investigar fuentes, contrastar evidencias y deliberar. Freire ya advertía que comunicar no es “extender” saberes, sino construirlos en diálogo (Extensión o comunicación?, 1969). Proyectos donde el estudiantado rastrea un problema local—agua, transporte, violencia digital—y presenta hallazgos a su comunidad modelan esta ética. Así, la escuela entrena para la libertad: preguntar con rigor, escuchar con respeto y actuar con responsabilidad.